El futuro es un eco lejano, un paisaje que solo existe en nuestra mente. No es un destino compartido, sino un universo que se despliega, único y personal, en lo profundo de cada uno de nosotros. Es el tuyo, es el mío, es el de cada persona que tiene el valor de asomarse más allá del seto del presente.

No puede haber un futuro "común" si no se construye sobre ideas, creencias y visiones que, a menudo, corren el riesgo de limitar nuestra imaginación. Ninguna previsión, ni siquiera la del analista más agudo o del economista más honesto, puede realmente garantizarnos lo que sucederá mañana. No hay nada seguro.

Hace algunos años, mientras regresaba a casa en tren, me di cuenta de cuán cierto era. Pensé que sería un día de trabajo monótono y sin sorpresas. Y, en cambio, fue todo lo contrario. Mi previsión, mi futuro imaginado, se desmoronó frente a una realidad completamente diferente.

¿Y entonces, de qué sirve imaginar? ¿Por qué no cerrar los ojos y dejarse mecer por el ritmo del tren?

Porque imaginar el futuro no sirve para adivinar, sino para vivir. Nuestro mundo es un lienzo en el que proyectamos nuestros deseos y miedos. Si es cierto que nuestras previsiones pueden ser desmentidas, también es verdad que compartir estas visiones puede crear una corriente, una dinámica que nos orienta. Lo importante es que estas ideas sean publicadas, discutidas y puestas a prueba.

La crisis es hija de viejos esquemas

El mundo de hoy es un universo de sombras e incertidumbres. Contaminación, desigualdades, crisis económica. Parece que no hay área de la vida humana en la que se pueda experimentar un optimismo pleno. Durante demasiado tiempo hemos ignorado los problemas, y ahora la desilusión es una nube que envuelve todo el planeta.

Es natural que cualquiera, en su pequeño campo de competencia, tienda a ver la oscuridad y a imaginar un futuro de sacrificios y malestar. El problema, en mi opinión, radica precisamente aquí: en el esquema mental de quien cree "saber". Este esquema no es la solución, sino la raíz misma de la crisis.

El destello de una idea nueva

No se puede pensar que el futuro pueda nacer de los mismos esquemas que han creado el caos. Un amigo me lo hizo notar hace algún tiempo. Le estaba contando sobre un problema recurrente que tenía y la solución que pensaba adoptar. "¿Cuántas veces has enfrentado este problema de esta manera?" me preguntó. "Muchísimas", respondí. "¿Y alguna vez lo has resuelto realmente?" me inquirió. "A decir verdad, no." Su respuesta fue simple: "Entonces quizás la solución está en cambiar tu forma de pensar."

Fue como un rayo. Comprendí que mi visión del futuro, mi solución e incluso mi propia perspectiva formaban parte del problema. Era un paquete único, un circuito que se alimentaba a sí mismo.

Necesitamos algo nuevo, algo que nazca de la no-conocimiento, de la imaginación más libre e incluso de una ingenua improvisación. La incompetencia, a veces, puede convertirse en un lienzo en blanco sobre el cual proyectar el pensamiento lateral, la chispa de una idea nunca antes vista.